jueves, 12 de enero de 2012

Tardes violetas esperando a la luna.

Sentada en las rocas, humedecida por el agua de las olas al romper, pescadores lanzando cañas sin cesar, la brisa de nuevo acariciando mi rostro, una historia compartida me recordaba que todavía hay cosas por las qué luchar.

Cómplices miradas me devolvían al mundo, cuando mi mente aprovechaba algún silencio para volar, volar, volar junto las aves y rozar las nubes, jugar con ellas y sentir que son de algodón, no temer caer, pues saber que tus alas no se cansarán.

 Que bellos son los viajes donde se traslada la mente y el cuerpo yace en el sitio de partida. Ayer viajé, fue por la tarde, bendito placer el de estar entre tus brazos estirada en el sofá.

Vislumbrar el horizonte y perderme en él. Respirar hondo y ser aire, aquel que respiro, aquel que me permite vivir. Ser el agua que me moja y el fuego que se enciende.

Contemplar como el cielo va cambiando de color y me va cautivando con sus tonos violetas, despedirme del sol y recibir a la luna. Levantarme de las rocas, calzarme y volver a casa en la mejor compañía, aquella con la que he compartido gran parte de la tarde. Caminar sintiendo que no sé donde voy y sabiendo que las estrellas van saliendo para acompañarme.

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